Seguidores

sábado, 2 de abril de 2011

Y cuando menos te lo esperas,

 El sufrimiento se hace enorme y se transforma en rabia, y nota en silencio sus ojos empañados y un vacío enorme en su interior. Sufre, pero antes de que caiga la primera lágrima, se acerca al ordenador. Y la calma vuelve lentamente, de forma difusa, como esa luz que ilumina la pantalla. Inspira profundamente. Otra vez. De nuevo. Y el dolor se aplaca poco a poco. Un pensamiento ligero que se aleja como una gaviota volando a ras de las olas. Siente una certeza amarga: creces, experimentas, aprendes, crees saber como funcionan las cosas, estas convencido de haber encontrado la clave que te permitirá entender y enfrentarte a todo. Pero después, cuando menos te lo esperas, cuando el equilibrio parece perfecto, cuando crees que todas las respuestas o, al menos, la mayor parte de ellas, surge una adivinanza. Y no sabes que responder. Te pilla por sorpresa. Lo único que consigues entender es que el amor no te pertenece, que es ese mágico momento en que dos personas deciden vivir a la vez, saborear a fondo las cosas, soñando, cantando en el alma, sintiendose únicas y ligeras. Sin posibilidad de razonar demasiado. Hasta que ambas lo deseen. Hasta que una de las dos se marche. Y no habrá manera, hechos o palabras que puedan hacer entrar en razón al otro. Porque el amor no responde a razones... Miera a la persona que ya no está ahí. Ahora solo puede admirar a esa gaviota. Roza el agua, las olas, y da la impresión de que, cuando planea sobre el mar, escribe la palabra <<fin>>

No hay comentarios:

Publicar un comentario